SAN BENITO, PRIMER ABAD DE MONTECASINO
San Benito. Pietro
Perugino. S. XVI
San Benito resucitando
al hijo de un campesino. Louis de Sylvestre. XVIII
21 de marzo SAN BENITO ABAD Y PATRIARCA
DEL MONACATO DE OCCIDENTE
P. Juan Croisset, S.J.
San Benito, tan célebre en todo el orbe
cristiano, luz del desierto, apóstol del monte Casino, restaurador de la vida
monástica en el Occidente, uno de los más ilustres y de los mayores santos de
la Igesia, nació por los años de 480 en las cercanías de Nursia, del ducado de
Espoleto. Su nobilísima casa, una de las más distinguidas de Italia, se hacía
respetar en toda ella, así por sus enlaces como por su grande riqueza. El
padre, que se llamaba Eupropio, se cree que fue de la casa de los Anicios, y su
madre, llamada Abundancia, era condesa de Nursia. San Gregorio, que escribió la
vida de nuestro Santo, dice que no sin misterio le llamaron Benito, por las
grandes bendiciones con que le previno el Señor desde su nacimiento.
Nada hubo que hacer para inclinarle a la
piedad, porque las primeras lecciones que se le dieron hallaron ya un corazón
formado para la virtud. Desde luego se descubrió en él un buen ingenio, nobles
inclinaciones, un natural tan dócil y tales señales de devoción, que á los
siete años de su edad le enviaron sus padres á Roma para que se criase en
aquella corte á vista del Papa Félix II, que también se cree haber sido de la
misma familia.
Hizo asombrosos progresos en las
ciencias humanas por espacio de siete años que se dedicó á ellas; pero fueron
mucho más asombrosos los que hizo en la ciencia de la salvación. Ya desde
entonces se miraba como especie de prodigio su frecuente oración, su
inclinación al retiro, su circunspección y las penitencias que hacía en una
edad que sólo toma gusto á las diversiones y á los entretenimientos.
Pero sobre todo sobresalía en Benito la
tierna devoción que profesaba á la Madre de Dios. Venérase todavía en el
oratorio de San Benito de Roma la imagen de la Santísima Virgen, en cuya
presencia pasaba muchas horas en oración todos los días; y asegura el beato
Alano que delante de ella recibió del Cielo extraordinarios favores.
Habiendo observado las licenciosas
costumbres de los jóvenes de su edad y de su esfera, y conociendo los grandes
peligros á que estaba expuesta su salvación quedándose en el mundo, resolvió
buscar seguro asilo á su inocencia en el retiro del desierto, y, lleno del
espíritu de Dios que le guiaba, salió de Roma, siendo de solo quince años;
llegó cerca de una aldea llamada Afilo, donde, habiendo hecho un milagro con el
ama que le había criado y no había querido apartarse de él, halló medio para
escaparse secretamente de ella, y por sendas descaminadas se fue á esconder en
el desierto de Subiaco, quince leguas de Roma.
Todo conspira á inspirar horror en
aquella soledad: los peñascos escarpados, cuyas puntas se escondían á la vista;
los precipicios espantosos, y un terreno seco, estéril é infecundo; pero el
animoso Benito halló en ella dulces atractivos. Habiéndole encontrado cierto
monje llamado Romano, le preguntó qué buscaba por aquellos desiertos, y
respondiole Benito que un sitio donde sepultarse en vida para no pensar más que
en Dios; admirado Romano, le enseñó cierta gruta abierta en una roca, parecida
á una sepultura. En ella se enterró Benito, y Romano le trajo de su monasterio
un hábito de monje, cuidando también de traerle algunos mendrugos de pan una
vez á la semana.
No se pueden comprender las excesivas
penitencias que hizo aquel esforzado joven, héroe de la religión cristiana,
desde los primeros pasos de su penosa carrera. Su ayuno era continuo, su
oración casi perpetua, y como si no bastase para mortificación de aquel
cuerpecito tierno y delicado no tener más cama que la dura peña, ni apenas otro
alimento que insípidas y agrestes raíces, se echó á cuestas un áspero cilicio,
de que no se desnudó en toda la vida.
Estremeciose el Infierno al ver tantas
virtudes en el joven solitario, y desde luego comenzó el enemigo común á
valerse de todo género de artificios para desalentarle. Dio principio á la
batalla haciendo pedazos una campanilla pendiente de una cuerda larga, con que
Romano prevenía á Benito para que acudiese á recoger los mendrugos de pan que
le descolgaba; pero la caridad, que es ingeniosa, halló arbitrio para continuar
en su ejercicio. A esto se siguieron ruidos, fantasmas y otras cien
estratagemas, que, habiéndolos experimentado igualmente inútiles, acudió por
último recurso á la tentación más vehemente, y también más peligrosa.
San Benito rodando en
las espinas para vencer
la tentación de la carne. Vidas de los santos. Master of Fauvel. XIV.
la tentación de la carne. Vidas de los santos. Master of Fauvel. XIV.
Burlábase Benito, lleno de confianza en
Jesucristo, de todos los vanos esfuerzos del demonio, cuando la memoria ó la
imagen de una doncella que había visto en Roma se le imprimió tan vivamente en
la imaginación, le inquietó tanto y le apuró con tal vehemencia, que para
librarse de ella se desnudó el santo joven con animoso denuedo, y, corriendo á
arrojarse entre una espinosa zarza, en ella se revolcó hasta que el extremo
dolor que sentía mitigó del todo los ímpetus del deleite con que el tentador
había querido derribarle. Quedó para siempre vencido y avergonzado el espíritu
impuro, y premió el Cielo la generosa fidelidad de su siervo concediéndole el
singular privilegio de que no volviese á experimentar en adelante semejantes
tentaciones.
Hacía tres años que Benito vivía en el
desierto, más como ángel que como hombre, cuando quiso el Señor darle á conocer
al mundo. A legua y media de su gruta ó de su cisterna habitaba un santo
clérigo que en la víspera de Pascua había hecho disponer comida algo más
abundante para el día siguiente, en honor de tanta festividad. Aquella noche se
le apareció el Señor en sueños, y le dijo que al otro día buscase á su siervo
en el desierto y le llevase de comer; hízolo así el buen sacerdote, y quedó
atónito cuando se halló con un mancebo tan delicado y vio la espantosa
penitencia que hacía; y sin poderse contener, publicó lo que había visto;
siendo ésta la ocasión de que comenzase la fama de Benito á divulgarse y hacer
ruido en el mundo.
Murió por este tiempo el abad del
monasterio de Vicovarre, entre Subiaco y Tívoli; y habiendo nombrado los monjes
á Benito por superior suyo, aunque se resistió cuanto pudo, alegando muchas
razones, no fue oído y le obligaron á encargarse del gobierno del monasterio.
Pero apenas comenzó el santo abad á querer enderezarlos por el camino estrecho
de su profesión, cuando se arrepintieron de la elección que habían hecho,
negáronle la obediencia y aun intentaron quitarle la vida con veneno que le
echaron en la bebida; mas, al tiempo de sentarse el Santo á la mesa, echó la
bendición como acostumbraba, y al punto se hizo pedazos el vaso que contenía el
veneno.
San Benito reconstruye
milagrosamente el vaso de barro.
Francisco de Zurbarán. XVII.
Francisco de Zurbarán. XVII.
Conociendo Benito la perversa intención
de aquellos monjes, y pidiendo á Dios los perdonase, renunció la abadía y se
volvió á retirar á su amada soledad, aunque no estuvo solo mucho tiempo; porque
á la fama de su rara santidad, concurrió de todas partes tan prodigioso número
de gente con deseo de entregarse á su dirección y gobierno, que sólo en el
desierto de Sublago fundó doce monasterios, dándoles la regla que acababa de
componer, dictada, digámoslo así, por el Espíritu Santo.
Creciendo cada día la reputación de su
virtud, venían á verle y á consultarle los más autorizados senadores de Roma,
entre los cuales Tertulo trajo consigo á su hijo primogénito Plácido, de edad
de siete años, y Equicio á Mauro, que tenía doce, rogando á Benito que se
encargase de educarlos.
Presentación de San
Mauro y San Placide a San Benito.
Jean Bernard Chalette. XVII.
Jean Bernard Chalette. XVII.
Aplicóse a ello con tanto cuidado, que
en poco tiempo, de aquellos dos queridos discípulos suyos, hizo dos grandes
santos, habiendo Plácido derramado su sangre por Jesucristo, y siendo Mauro
como el segundo fundador de la religión benedictina en el reino de Francia.
San Benito ordena a
San Mauro ir al rescate de
San Plácido sumergido en el lago. Fra Filippo Lippi. XV.
No hay virtud sin persecución. Gobernaba
la parroquia inmediata al desierto de Subiaco un mal sacerdote llamado
Florencio, que, no pudiendo sufrir tan heroicos ejemplos de virtud, como muda
reprensión de los desórdenes secretos de su estragada vida, no contento con
desacreditar cuanto podía el nuevo instituto, ni con perseguir al padre y á los
hijos, intentó con diabólicos artificios armar infames lazos á la pureza de los
monjes. Juzgó el Santo que dictaba la prudencia ceder á la tempestad; y
desamparando el desierto de Subiaco se fue al monte Casino, donde el Cielo le
tenía prevenida una mies más abundante y donde, á título de fundador de una
orden religiosa tan célebre entre todas las que ilustran á la Iglesia del
Señor, había de añadir el de apóstol.
Habíanse como atrincherado entre las
inaccesibles montañas del Casino algunas miserables reliquias de paganismo,
adorando impune y públicamente al dios Apolo, en cuyo honor se conservaba un
templo y algunos bosques sagrados á vista de la misma Roma cristiana. Encendido
Benito de aquel espíritu que anima y forma los héroes del Evangelio, ataca á la
idolatría en sus mismas trincheras, derriba el templo, hace pedazos el ídolo,
abrasa los bosques consagrados á las mentidas deidades, levanta sobre las
mismas ruinas del templo y del altar dos capillas, una en honra de San Juan
Bautista y otra en la de San Martín, y en pocos días convierte á la fe á todos
aquellos pueblos.
Construcción de la
abadía de Montecassino.
Legenda aurea. Bx J. de Voragine. Jacques de Besançon. XV.
Armóse, dice San Gregorio, todo el
Infierno junto para detener las rápidas conquistas de nuestro Santo. Espectros
horribles, aullidos espantosos, terremotos, amenazas, incendio, granizo,
piedra, de todo se valió el enemigo de la salvación; pero de todo inútilmente.
Sobre la eminencia de aquella montaña fundó Benito el famoso monasterio de
Monte Casino, venerado siempre como solar y centro de aquella célebre religión
que brilla tanto en la Iglesia de Dios más ha de mil doscientos años, habiendo
dado á los altares más de tres mil santos, á las diócesis un número casi
infinito de insignes prelados, al Sacro Colegio más de doscientos cardenales, á
la Silla Apostólica cuarenta sumos pontífices, donde hasta el día de hoy se
admiran y se veneran en las célebres congregaciones de Cluni, de Monte Casino,
de San Mauro, de San Vanes, de San Columbano (sin que á ninguno ceda la de
España é Inglaterra), tan grandes ejemplos de virtud y escritores tan hábiles y
tan sobresalientes en todo género de letras.
San Benito con la
Regla.
Códice de Benedicti regulam. XIV.
Códice de Benedicti regulam. XIV.
Aun no se había acabado el nuevo
monasterio, cuando fue menester levantar otros muchos, siendo éste el tiempo en
que San Benito, compuso, ó á lo menos perfeccionó aquella santa regla, cuya
prudencia, sabiduría y perfección alaba tanto San Gregorio, habiendo merecido
no sólo la aprobación, sino el respeto de toda la Iglesia.
San Benito y Santa
Escolástica.
Legenda aurea. Bx J. de Voragine. Macon. XV.
Legenda aurea. Bx J. de Voragine. Macon. XV.
Movida Santa Escolástica, hermana de San
Benito, así de los grandes ejemplos de virtud como de las maravillas que obraba
el Señor por medio de su santo hermano, determinó dejar el mundo; y
encerrándose con otras doncellas en un monasterio distante algunas leguas de Monte
Casino, fue también, con la dirección de nuestro Santo, fundadora de la vida
monacal en el Occidente, respecto de las mujeres.
No es fácil referir todo lo que hizo
Benito los trece ó catorce años que vivió en Monte Casino, ni todos los
prodigios que se dignó Dios obrar por su ministerio. No sólo poseía el don de
milagros, sino que lo comunicaba á sus monjes, como lo experimentó Mauro, que
se metió por una laguna, sin hundirse en ella, á sacar á San Plácido por orden
de su maestro.
De todas partes concurrían tropas de
gente á venerarle. Y deseando Totila, rey de los godos en Italia, conocer á un
hombre de quien publicaba la fama tantas maravillas, vino á verle; pero al
mismo tiempo, para probar si estaba dotado del don de profecía que tanto se
celebraba, mandó á un caballerizo suyo que se vistiese de los adornos reales y
de todas las insignias de la majestad; mas luego que Benito le vio con aquel
equipaje, le dijo con dulzura: Deja, hijo mío, esas insignias que no te
convienen, y no te finjas el que no eres. Asombrado Totila de la maravilla,
corrió á arrojarse á los pies del Santo, á los que estuvo postrado hasta que
Benito le levantó; y habiéndole reprendido respetuosamente los horribles
estragos que había hecho en Italia, le pronosticó cuanto le había de suceder
por espacio de nueve años, exhortándole á convertirse, y diciéndole que al
décimo iría á dar cuenta á Dios de toda su vida. Verificó el suceso toda la
profecía del Santo, y, procediendo Totila en adelante con mayor moderación y
humanidad, no cesaba de publicar la virtud del siervo de Dios.
Siendo San Benito la admiración de todo
el mundo, y respetándole los sumos pontífices, los emperadores y los reyes como
el asombro de su siglo, vivía en el monasterio como si fuera el último de los
monjes. Sólo se valía de su autoridad para ejercitarse en los oficios más
humildes, y para exceder en mucho la austeridad de la regla. No obstante que el
Señor parece había puesto debajo de su dominio á todo el Infierno, y que la
misma muerte le obedecía, era, con todo eso, humildísimo, teniéndose por el más
mínimo de todos los monjes, y acreditando con su proceder que así lo creía.
Pronosticó el día de su muerte, y se dispuso para ella con nuevo fervor y
ejercicios de penitencia.
Entierro de San Benito.Misal
para el uso de la abadía de Anchin. S. XVI
Seis días antes mandó abrir la sepultura;
y, en fin, el sábado antes de la Dominica de Pasión, á los 21 de Marzo del año
543, siendo de solos sesenta y tres años no cumplidos, pero consumido de los
trabajos y mortificaciones; lleno de méritos, y logrando el consuelo de ver
extendida su orden religiosa en Sicilia por San Plácido, en Francia por San
Mauro, y en España, Portugal, Alemania y hasta en el mismo Oriente por otros
discípulos suyos, rindió tranquilamente el espíritu en manos de su Criador, en
la misma iglesia de Monte Casino, donde se había hecho conducir para recibir el
Santo Viático.
La muerte de San
Benito. Iglesia de San Benito
Saint-Benoit-des-Ondes. Países Malo. Gran Bretaña. Waves.
Saint-Benoit-des-Ondes. Países Malo. Gran Bretaña. Waves.
En el mismo punto que expiró, dos monjes
que vivían en dos monasterios muy distantes vieron un camino muy
resplandeciente que daba principio en Monte Casino y terminaba en el Cielo, y
al mismo tiempo oyeron una voz que decía: Este es el camino por donde Benito,
siervo amado de Dios, subió á la Gloria. El cuerpo del Santo estuvo por algunos
días expuesto á la veneración de sus hijos y de todo el pueblo, y después fue
enterrado en la sepultura que él mismo había mandado abrir, donde se conservó
hasta el año 580, en que fue destruido el monasterio de Monte Casino por los
lombardos, como lo había profetizado el mismo Santo, quedando sepultadas entre
sus ruinas aquellas preciosas reliquias. Dícese que el año 660, habiendo pasado
á visitar el Monte Casino San Algulfo por orden de San Momol, segundo abad del
monasterio de Fleuri, llamado hoy San Benito sobre el Loyva, tuvo la dicha de
desenterrar aquel tesoro, y, trayéndole á Francia, le colocó en su monasterio,
donde se tiene con singular veneración, honrando el Señor las sagradas
reliquias con los innumerables milagros que hace cada día.
La Misa es en honra de San Benito, y la oración es la que sigue:
Suplicámoste, Señor, que la intercesión
de San Benito, abad, nos haga gratos á Vuestra Majestad, para conseguir por su
patrocinio lo que no podemos por nuestros merecimientos. Por Nuestro Señor…
La Epístola es del cap, 45 del libro de la Sabiduría, y la misma que el día
19.
Cruz de San Benito
Medalla de San Benito. Anverso y
reverso.
REFLEXIONES
Al que cree, dice el Salvador (Marc. 5),
todas las cosas son posibles; y se pudiera añadir, que también fáciles. Mas
que el amor propio se estremezca, mas que la razón se violente, mas que se
asusten los sentidos, no temas, cree, y será tuya la victoria. Ciertamente,
cuando la fe nos representa con viveza aquellas verdades eternas; cuando nos
desenvuelve aquellos misterios sobrenaturales; cuando nos pone á la vista con
la mayor claridad aquellos objetos superiores á las limitadas luces de todo
entendimiento criado, las nieblas del espíritu humano se disipan, las ilusiones
caen y se desvanecen. Entonces se conoce que las brillanteces del mundo son
falsas, que sus flores son caducas, que casi todas son artificiales. Entonces
se descubre como es la virtud, ó, por mejor decir, la santidad; aquella
afortunada región que, lejos de devorar á sus habitadores, los sustenta, los
enriquece, los colma de delicias, es una tierra por donde corren ríos de leche
y miel. No es posible creer como se debe y no ser santo. Usa San Pablo de esta
palabra cuando escribe á los fieles. Y, á la verdad, ¿cómo es posible creer la
encarnación del Verbo, la vida y muerte del Salvador, todo lo que hizo y
padeció por redimirnos, y tratarle con indiferencia? ¿Cómo es posible creer un
Infierno eterno, aquellas llamas inextinguibles, aquellos tormentos infinitos
en severidad y en duración, y encontrar amargura en la penitencia y deleite en
el pecado? La fe, dice San Juan, es aquella victoria que triunfa del mundo.
Ella es la que sujeta las pasones y la que hace pedazos las más dulces y las
más fuertes prisiones. A la claridad de sus rayos se descubren los lazos que
arma el tentador á la virtud; se quita al mundo la mascarilla, quedando á cara
descubierta sus capciosos artificios; y, finalmente, se solicita un asilo á la
inocencia, buscándole en los claustros y aun en los mismos desiertos. La fe
hizo ingeniosos, hizo sabios á los santos; sea la nuestra tan viva como la
suya, y con el auxilio de la divina gracia seremos tan dichosos y tan santos
como ellos.
El Evangelio es del cap. 19 de San Mateo.
En aquel tiempo dijo Pedro á Jesús: He
aquí que nosotros lo hemos abandonado todo, y te hemos seguido: ¿qué premio,
pues, recibiremos? Pero Jesús le respondió: En verdad os digo: que vosotros que
me habéis seguido, en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se sentare en
el trono de su gloria, os sentaréis también vosotros en doce tronos, y
juzgaréis á las doce tribus de Israel. Y todo aquel que dejare ó su casa, ó sus
hermanos, ó hermanas, ó á su padre, ó madre, ó á su mujer ó hijos, ó sus
posesiones por causa de mi Nombre, recibirá ciento por uno, y poseerá la vida
eterna.
MEDITACIÓN
De la felicidad de los santos en el Cielo.
Punto primero.—Considera con qué energía
promete el Salvador á los que le sirven magníficas recompensas; ciento por uno
en esta vida; muerte preciosa, alegría exquisita, llena, colmada, eterna en la
otra. ¿Has formado alguna vez concepto cabal, ó á lo menos no desproporcionado,
de lo que es esta felicidad eterna? De ningún modo. Concibe, si es posible, qué
dicha es la de los bienaventurados en el Cielo. Es tal, que nada de lo que se
diga es bastante para explicarla, y nada de cuanto se haga es suficiente para
merecerla.
No hay en el mundo cosa que nos pueda
hacer comprender los bienes que gozan; pero hay demasiadas que nos hagan conocer
los males de que están exentos. ¿Quieres comprender la felicidad de la otra
vida? Pues sábete que está exenta de todas las miserias de ésta. Dolores,
tristezas, enfermedades, miedos, inquietudes, sobresaltos, pesadumbres, todo
está para siempre desterrado de aquella mansión feliz. Ninguna desazón, ninguna
molestia tiene entrada en aquella Santa Ciudad. Reina en la Jerusalén celestial
una alegría pura y llena, una calma inalterable. ¡Ah, Señor, qué entendimiento
humano podrá comprender en la Tierra las inefables dulzuras que gustan vuestros
escogidos en el Cielo!
No sólo se logra allí todo cuanto se
desea, sino todo lo que es menester para no tener más que desear. El corazón
está lleno, el alma satisfecha. Están como inundados los cortesanos del Cielo
en un torrente, en un océano de purísimas delicias.
Punto segundo.—Considera qué alegría
producirá aquella vista clara y distinta, aquella vista íntima de un Dios, y de
un Dios amigo y de un Dios padre.
La posesión de los bienes criados cansa;
porque, como todo cuanto hay en este mundo es limitado, apenas se posee, cuando
ya fastidia; pero, siendo Dios de perfección infinita, cuanto más se posee más
deleita. Los bienaventurados nunca se ven hartos; por una parte siempre
satisfechos, por otra siempre ansiosos; pero una ansia que no es congoja,
porque la misma saciedad excita, estimula el apetito.
Imagina todo cuanto puede hacer á un
hombre perfectamente feliz en este mundo. Junta todos los tesoros del Universo;
une todas las coronas de la Tierra; la muerte, sola su memoria, echa un jarro
de agua en toda esta idea de felicidad.
En el Cielo es donde se logra la dicha
de ser perfectamente feliz, allí es donde se asegura no dejar jamás de serlo.
El mundo se acabará; pasaránse millones de millones de siglos después que ya
no haya memoria de él, y no habrá pasado ni un solo momento de aquella dichosa
eternidad. ¡Oh mi Dios, y qué cosa tan dulce es poseeros sin miedo de perderos
jamás! ¡Qué recuerdo tan suave, qué pensamiento tan delicioso! Esto es lo que
ahora piensa, y esto es lo que ahora dice San Benito con aquel infinito número
de santos que ha dado al Cielo su sagrada religión. ¿Hallarán ahora por su
cuenta que el Cielo les costó muy caro? ¿Se arrepentirán ahora de las penitencias,
de las amarguras de su dichosa soledad?
Dios mío, ¿es posible que yo puedo ser
todo eso, y que no hago todo cuanto se puede hacer en el mundo para lograr
algún día la dicha de poder gustarlo y poder decirlo? Vuestra gracia imploro,
dulcísimo Jesús mío, vuestra gracia; porque desde este mismo punto comienzo á
trabajar en este negocio sin intermisión y sin cobardía.
JACULATORIAS
¡Oh mi Dios, y cuántas dulzuras tenéis
reservadas á los que os temen y os aman con fidelidad!—Ps. 30.
¡Oh, Señor, cuándo llegará aquel dichoso
día en que la ceniza se convierta en corona, las lágrimas en óleo de alegría, y
en vez de luto esté vestido de gloria!—Isaias, 61.
PROPÓSITOS
- Cuando la generosa madre de los siete hermanos Macabeos exhortaba al menor de sus hijos á dar la vida valerosamente por la religión, á ejemplo de sus hermanos, le decía estas palabras: Ruégote, hijo mío, que pongas los ojos en el Cielo y te hagas digno de merecer la diadema que ya adorna las sienes de tus hermanos. Toma para ti este útilísimo consejo, sumamente provechoso en las diferentes disposiciones del cuerpo, del corazón y del ánimo. Es la Vida fértil en espinas, fecunda en mortificaciones, las que, al parecer, crecen con el riego de nuestro llanto. Aun cuando nos perdonaran la calumnia, la envidia y la persecución, nuestras mismas pasiones serian nuestros tiranos. En medio de esas adversidades, cuando estés más sitiado de trabajos, represéntate al mismo Salvador, que anima tú desaliento con la esperanza del premio.
- Si quieres estar más desprendido de la Tierra, piensa frecuentemente en el Cielo. Imita lo primero la industriosa piedad de aquel gran príncipe que en los salones más ostentosos de palacio y en sus más deliciosas magníficas casas de campo mandó poner esta inscripción: No tenemos en este mundo mansión que sea estable; y así aspiramos á fijar nuestra habitación en el Cielo. Discurre y habla, lo segundo, como aquel fervoroso misionero que, consumido al afán de sus apostólicas fatigas y al rigor de sus rigurosas penitencias, exhortándole á que por lo menos, en la avanzada edad de ochenta años, descansase ó moderase algo sus penosos ejercicios, respondía: Trabajemos por el Cielo mientras estamos en este mundo; mortifiquémonos mientras vivimos, que harto lugar tendremos para descansar en la eternidad. Lo tercero, nunca celebres la festividad de algún santo ó santa sin hacer reflexión á la felicidad eterna que están gozando, y considera que te están diciendo: Nosotros fuimos lo que tú eres; en tu mano está, con la divina gracia, ser presto lo que nosotros somos; ten la misma fidelidad y gozarás la misma suerte.
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